En unos días me voy de vacaciones.
No por agotamiento —aunque lo físico también lo agradece—, sino por convicción.
Porque descansar también es trabajar en uno mismo.
Vivimos en una época que glorifica la productividad. Siempre en acción, siempre “haciendo algo”. Incluso en el descanso, sentimos la presión de justificarlo: “me lo gané”, “lo necesitaba”. Y si no hay una buena razón detrás, aparece la culpa.
Por eso, esta pausa tiene algo especial.
Porque además de descansar, quiero romper con el activismo constante.
Quiero soltar esa idea de que solo valgo cuando estoy ocupado.
Y eso no es fácil.
Me voy a Altata, una playa cercana a mi ciudad natal, Culiacán. Ese mar no solo me conecta con la naturaleza, sino con mi historia. Es un regreso a lo esencial: familia, raíces, sabores, olores, silencios. Y es también una oportunidad para practicar algo que me ha transformado: el silencio productivo.
Hacer nada, para que pase todo
El silencio productivo no es ausencia de acción.
Es presencia total.
Es parar para escuchar lo que el ruido del día a día silencia.
Es dejar de hacer, para volver a ser.
Vivimos tan rodeados de tareas, notificaciones, compromisos y pantallas, que estar en calma nos incomoda. No sabemos qué hacer con el vacío. Nos sentimos improductivos, inútiles, incluso culpables. Pero el silencio, bien entendido, no es improductivo.
Es profundamente fértil.
En el silencio productivo aparecen esas ideas que no surgen en la prisa.
Aparecen emociones guardadas, intuiciones que estaban susurrando.
Surge claridad.
Vacaciones conscientes, no evasivas
No me voy a desconectar para desaparecer, sino para reconectarme con lo importante.
Quiero una pausa real, de esas que no solo descansan el cuerpo, sino también el alma.
Una pausa sin agenda, sin exigencias, sin expectativas.
Altata es más que un destino: es símbolo.
Es ese lugar donde no tengo que demostrar nada a nadie, ni siquiera a mí mismo.
Donde puedo estar sin hacer, y eso basta.
La pausa también es parte del camino
Desconectar no es dejar de avanzar, es tomar impulso.
Y hay que aprender a hacerlo sin culpa, sin miedo, sin la necesidad de justificarlo.
Porque descansar no es una interrupción del trabajo, es parte del trabajo.
Me voy con intención.
Con la certeza de que volveré distinto: más liviano, más claro, más yo.
¿Y tú?
¿Cuándo fue la última vez que dejaste de hacer para simplemente ser?
¿Cuándo te diste permiso de no producir, sin sentir culpa?